Si alguien piensa que a los pediatras no se nos enferman los hijos, o que cuando lo hacen uno anda como si nada, eso no es precisamente cierto.... Ver a un hijo enfermo, sintiéndose como bichito apachurrado es un evento que a cualquier padre nos quita el sueño. Recientemente viví una experiencia de este tipo.
Apenas hace diez días, una de mis gemelas inició con un episodio de fiebre, picos de temperatura de hasta 40°C, frecuentes como cada 3 a 4 hrs los primeros días; cuando al fin parecía que estábamos del otro lado, ocurrió lo que suele pasarnos: la otra gemelita enfermó. Entre las dos niñas fueron DIEZ noches de desvelo, pero además del cansancio físico, hubo un momento en que casi me suelto a llorar... el estrés de verlas enfermas, quejumbrosas y con los ojitos bien apagados me estaba volviendo loca.
Al igual que a cualquier madre, ver mal a alguno de mis hijos me puede causar un sentimiento de impotencia y desesperación cuando los días pasan y él o ella no se recupera como yo espero que suceda. En una situación como ésta, ser pediatra creo que puede ser incluso peor, pues mi mente empieza a divagar, los posibles diagnósticos parecen llover dentro de mi cabeza y los peores escenarios se me vienen a la mente...como madre uno pierde la objetividad y lo subjetivo siempre es digno de telenovelas... Pero, ¿por qué la fiebre nos estresa tanto?, ¿qué es lo que tenemos arraigado en la mente que nos hace temer?, ¿qué de todas esas ideas y pensamientos es realmente cierto? y sobre todo ¿qué hay que esperar y qué podemos hacer?...
Ahora que todo ha vuelto a la normalidad en casa, que mi mente se ha clarificado y que he vuelto a ser sólo mamá y no mamá-pediatra de mis hijas, quiero compartir con ustedes esta entrada, que creo puede ser de utilidad.